Comentario
CAPÍTULO XVI
Descomedida respuesta del señor de la provincia Acuera
Habiéndose juntado todo el ejército en Acuera, entretanto que la gente y los caballos se reformaban de la hambre que los días atrás habían pasado, que no fue poca, el gobernador con su acostumbrada clemencia envió al cacique Acuera indios que prendieron de los suyos con recaudos diciendo le rogaban saliese de paz y holgase tener los españoles por amigos y hermanos, que era gente belicosa y valiente, los cuales si no aceptaba la amistad de ellos, podrían hacerle mucho mal y daño en sus tierras y vasallos; asimismo supiese y tuviese por cierto que no traían ánimo de hacer agravio a nadie, como no lo habían hecho en las provincias que atrás dejaban, sino mucha amistad a los que habían querido recibirla, y que el principal intento que llevaban era reducir por paz y amistad todas las provincias y naciones de aquel gran reino, a la obediencia y servicio del poderosísimo emperador y rey de Castilla, su señor, cuyos criados ellos eran, y que el gobernador deseaba verle y hablarle para decirle estas cosas más largamente y darle cuenta de la orden que su rey y señor le había dado para tratar y comunicar con los señores de aquella tierra.
El cacique respondió descomedidamente diciendo que ya por otros castellanos, que años antes habían ido a aquella tierra, tenía larga noticia de quién ellos eran y sabía muy bien su vida y costumbres, que era tener por oficio andar vagabundos de tierra en tierra viviendo de robar y saquear y matar a los que no les habían hecho ofensa alguna; que, con gente tal, en ninguna manera quería amistad ni paz, sino guerra mortal y perpetua; que, puesto caso que ellos fuesen tan valientes como se jactaban, no les había temor alguno, porque sus vasallos y él no se tenían por menos valientes, para prueba de lo cual les prometía mantenerles guerra todo el tiempo que en su provincia quisiesen parar no descubierta ni en batalla campal, aunque podía dársela, sino con asechanzas y emboscadas, tomándolos descuidados; por tanto, les apercibía y requería se guardasen y recatasen de él y de los suyos, a los cuales tenía mandado le llevasen cada semana dos cabezas de cristianos, y no más, que con ellas se contentaba, porque degollando cada ocho días dos de ellos, pensaba acabarlos todos en pocos años, pues, aunque poblasen e hiciesen asiento, no podían perpetuarse porque no traían mujeres para tener hijos y pasar adelante con su generación. Y a lo que decían de dar la obediencia al rey de España, respondía que él era rey en su tierra y que no tenía necesidad de hacerse vasallo de otro quien tantos tenía como él; que por muy viles y apocados tenía a los que se metían debajo de yugo ajeno pudiendo vivir libres; que él y todos los suyos protestaban morir cien muertes por sustentar su libertad y la de su tierra; que aquella respuesta daban entonces y para siempre. A lo del vasallaje y a lo que decían que eran criados del emperador y rey de Castilla y que andaban conquistando nuevas tierras para su imperio respondía que lo fuesen muy enhorabuena, que ahora los tenía en menos, pues confesaban ser criados de otro y que trabajaban y ganaban reinos para que otros los señoreasen y gozasen del fruto de sus trabajos; que ya que en semejante empresa pasaban hambre y cansancio y los demás afanes y aventuraban a perder sus vidas, les fuera mejor, más honroso y provechoso ganar y adquirir para sí y para sus descendientes, que no para los ajenos; y que, pues eran tan viles que estando tan lejos no perdían el nombre de criados, no esperasen amistad en tiempo alguno, que no pretendía emplearla tan vilmente ni quería saber el orden de su rey, que él sabía lo que había de hacer en su tierra y de la manera que los había de tratar; por tanto, que se fuesen lo más presto que pudiesen si no querían morir todos a sus manos.
El gobernador, oída la respuesta del indio, se admiró de ver que con tanta soberbia y altivez de ánimo, acertase un bárbaro a decir cosas semejantes. Por lo cual, de allí adelante, procuró con más instancia atraerle a su amistad, enviándole muchos recaudos de palabras amorosas y comedidas. Mas el curaca a todos los indios que a él iban decía que ya con el primero había respondido, que no pensaba dar otra respuesta, ni la dio jamás.
En esta provincia estuvo el ejército veinte días, reformándose del trabajo y hambre del camino pasado, apercibiendo cosas necesarias para pasar adelante. El gobernador procuraba en estos días haber noticia y relación de la provincia. Envió corredores por toda ella, que con cuidado y diligencia viesen y notasen las buenas partes de ella, los cuales trajeron buenas nuevas.
Los indios en aquellos veinte días no se durmieron ni descuidaron, antes, por cumplir con los fieros y amenazas que su curaca había hecho a los castellanos, y porque ellos viesen que no habían sido vanas, andaban tan solícitos y astutos en sus asechanzas que ningún español se desmandaba cien pasos del real que no flechasen y degollasen luego, y por prisa que los suyos se daban a los socorrer los hallaban sin cabezas, que se las llevaban los indios para presentarlas al cacique como él les tenía mandado.
Los cristianos enterraban los cuerpos muertos donde los hallaban. Los indios volvían la noche siguiente y los desenterraban, y hacían tasajos, y los colgaban por los árboles, donde los españoles pudiesen verlos. Con las cuales cosas cumplían bien lo que su cacique les había mandado que cada semana le llevasen dos cabezas de cristianos, que en dos días, de dos en dos le llevaron cuatro, y catorce en toda la temporada que los españoles estuvieron en su tierra, sin los que hirieron, que fueron muchos más. Salían a hacer estos saltos tan a su salvo y tan cerca de las guaridas, que eran los montes, que muy libremente se volvían a ellos dejando hecho el daño que podían, sin perder lance que se les ofreciese. De donde vinieron a verificar los castellanos las palabras que los indios que hallaron por todo el camino de las ciénagas más les decían a grandes voces: "Pasad adelante, ladrones, traidores, que en Acuera, y más allá en Apalache, os tratarán como vosotros merecéis, que a todos os pondrán hechos cuartos y tasajos por los caminos en los árboles mayores".
Los españoles, por mucho que lo procuraron, en toda la temporada no mataron cincuenta indios, porque andaban muy recatados y vigilantes en sus asechanzas.